Tuesday, September 11, 2007

Desde “La recta provincia”



En una conversación con fulana, bella y honesta señora por cierto, fiel seguidora de culebrones venezolanos y las nuevas apuestas de nuestros chilenos canales, me hablaba sobre “esa cosa” llamada “La Recta Provincia” (Raúl Ruiz). “La vi, pero no la entendí, oye”. Paso seguido habló extensamente de los “bailes chinos” (cofradía de Calle Ortiz) y de las mesetas de los Baños del Parrón y el Orolonco que se habían visto en uno de los capítulos. Asimismo, motivado quizá por el entusiasmo dispensado, terminamos hablando de brujos y tuetués (martes hoy, martes mañana, martes toda la semana) que tanto se ven por esos lares de Putaendo. “A lo mejor eso quiso mostrar el caballero de la Recta...”, dijo.
Cierto, tal vez la gran mayoría de quienes lograron permanecer despiertos para ver esta apuesta de TVN, sepa sólo de oídos sobre este director chileno radicado en Francia, sobre sus premios internacionales y algunos filmes que han dado que hablar en la “alta farándula”, como llama Ruiz al mundo cultural chileno snob. Pero cabe recordar cintas ya clásicas como Palomita Blanca y Tres Tristes Tigres, quizá no lo más granado de este autor, pero sí lo más conocido por nosotros, los televidentes sin mucho acceso a cineartes.
Ahora, no es complicado hacerse la idea de que la forma de filmar de Ruiz, que se mueve por el subjetivo mundo de lo onírico y surrealista, al más puro estilo “vanguardia europea”, dista mucho del modelo obsesionado del “conflicto central” norteamericano, a la manera de “Duro de matar”. Los que esperaban eso, seguro se decepcionaron de Ruiz.
Con respecto a esto, los que han tenido ocasión de escuchar o leer los relatos y cuentos que son parte de los mitos del campo chileno, darán crédito a la forma de filmar de este autor audiovisual. En esa mitología abundan relatos absurdos y fantásticos, como el del burro que vuela con la ayuda de unos sacos cargados de tórtolas o el del cóndor atravesado por una rama de membrillo, que cada verano pasa volando con la rama cargada de frutos, o el medio surrealista “Niño de la escopeta” de Ernesto Montenegro, que emprende viaje en compañía de extraños personajes. Incluso tenemos mitos periodísticos semirurales, como el famoso culebrón del cementerio municipal de San Felipe. Con estos antecedentes, no cabe extrañarse entonces con cuatreros sin lágrimas, vírgenes irónicas, diablos que comen corderos que resucitan desde sus propios huesos, o brujos cojos caminando en reversa, gritando a la manera poética del “non serviam” de Huidobro, “No te serviremos madre naturaleza”.
Con el merecido respeto que se merecen tanto los tradicionales escritores, pintores, músicos y artistas que dieron a luz destacados obras del “criollismo” chileno, después de la perspectiva de artistas como el clan Parra (con Violeta y Nicanor a la cabeza) el campo nunca más fue lo mismo, o se miró de la misma forma. No es que éstos lo hayan cambiado, sino que realmente lo “leyeron” y lo interpretaron a través de esa mirada ecléctica y entendiendo ese sincretismo, ese “ni chicha ni limoná”, tan característico de este pueblo mixturado, mestizo. Aunque insistamos majaderamente en el recuerdo bucólico que nunca vivimos, no hay que olvidar que el mundo gira, y tic tac por medio, el campo es un gran llano en llamas en peligro de convertirse en pueblo fantasma o en urbe patrimonial, como escenografía de película spaghetti werstern con fachadas de casas sin alma. O como dice un amigo, esto es Chile, huasos arreando ganado en bicicleta, el campesino que interrumpe la cosecha de duraznos para hablar por celular con el agrónomo de turno en la exportadora, o el patrón de fundo que hace bautizar con agua bendita su nueva 4x4. De ahí a que “La Recta Provincia” se compleja, es una bicoca.